23 octubre, 2006

Cantautor a flor de piel

Letra y música de Alejandro Szabo, incluído en su álbum "Hablar de pìel 10+1"

HABLAR DE PIEL
Sigue siendo parte inmóvil, tu palabra de costal, tanto cuesta, cuesta tanto, que de amor tu no te mueras. Cómo no logro comprender, si es que al hablar de piel, tu silencio me conforma. Cómo no logro comprender, si es que al hablar de piel, tu silencio me conforma. Pido más de un día para darte, no das más que una hora, siento tanto la presencia, de otros hombres en tu cama. Cómo no logro comprender, si es que al hablar de piel, tu silencio me conforma. Cómo no logro comprender, si es que al hablar de piel, tu silencio me conforma. Una copa no es razón, para que mires ajeno, en tus días y en tu ausencia, en tus fechas mi poema. Cómo no logro comprender, si es que al hablar de piel, tu silencio me conforma. Cómo no logro comprender, si es que al hablar de piel, tu silencio me conforma. En tus noches no hay lugares, para que habiten los llantos, es que así sale tu rezo, en tu calle tu amapola. Cómo no logro comprender, si es que al hablar de piel, tu silencio me conforma. Cómo no logro comprender, si es que al hablar de piel, tu silencio me conforma.
COMENTARIO DE ALEJANDRO SZABO
"De como era la ira finita si la verdad de los ojos hacia lo suyo. De que de hablar de piel nacio a las siete de la mañana mientras caminaba por un Santiago helado. La lluvia removio los planetas del smog y trajo la nieve. Sin duda mucha contaminación. Pero Santiago tiene eso de ciudad. Tiene lo de Virgen y lo de locuaz. Lo de Cristo y lo de Lopez. Nacio en el celular. Nacio en el metro de Santiago, estación Alcantara. Termino de parirse encima de un bus rumbo al norte, eso que buscamos como animales magneticos. Pero finalmente nacio de las gracias.....de todos. Gracias, de nada. Y sin tildes......"

18 octubre, 2006

Una familia en el abismo

Los Friedman: Arnold, Jesse, David, Seth y Elaine



Año 2002. Andrew Jarecki está realizando un documental sobre el mundo de los payasos que entretienen a los niños en sus fiestas de cumpleaños. David Friedman es el payaso titular de Jesters-for-Hire, una pequeña empresa con sede en Manhattan. En una de las entrevistas, David repentinamente se puso a hablar sobre su familia. Recordó a su padre, del que dijo con amargura que había sido un gran tipo, pero sólo eso. Jarecki estaba filmando y no pareció dar mayor importancia al testimonio, hasta que el payaso -sentado en las escaleras de la que había sido su casa familiar durante la infancia- se puso triste al citar, de pasada, el intento de suicidio de su madre.
Más tarde, revisando el material con otros miembros del equipo de producción, el director tuvo la impresión de que aquel hombre guardaba un gran secreto. Aprovechó los datos revelados por el payaso para realizar una búsqueda de información en internet. El resultado fue devastador: Un hombre de 56 años y su hijo de 18 habían sido condenados por abusos deshonestos a los niños que acudían a su casa para recibir clases de informática. Entonces Jarecki supo que aquel hombre tenía una historia que contar y él una nueva película que hacer. Sólo faltaba que David se prestara a ello. Y lo hizo. Así nació Capturing the Friedmans.





Imaginemos una familia americana de clase media, Los Friedman. Arnold: eminente ingeniero, profesor de informática y músico. Su esposa, Elaine: la perfecta ama de casa. Los hijos: David, Seth y Jessee. Vivían en Great Neck, una zona residencial de Long Island, Nueva York. Todo aparentaba ser normal en aquella familia y parecían ser felices. La vida familiar era muy hogareña. El padre tocando el piano; los hijos grabando cada detalle de la familia con una cámara de super 8; la academia de informática; las fiestas de cumpleaños; las constantes y divertidas reuniones. En la primavera de 1986, cerca de 100 ex-alumnos del profesor Friedman se habían congregado en una fiesta para celebrar su jubilación como docente en el Instituto Bayside. El acto fue muy emotivo, repleto de comentarios que destacaban sus cualidades profesionales y, sobre todo, personales. Venidos de todo el país, muchos de ellos llegaron a decir que Friedman había cambiado sus vidas. El director del colegio destacó las capacidades de Friedman como enseñante y su dedicación al éxito de sus alumnos.


Arnold Friedman había nacido en Brighton Beach, Brooklyn, era el segundo de tres hijos durante la época de la Gran Depresión. A los 5 años, su padre abandonó la familia, dejándolos sin recursos. Su hermana mayor había fallecido súbitamente y su madre cayó enferma a causa de ello. Después de graduarse en el Instituto de Brighton Beach, Arnold fue a la Universidad de Columbia, donde estudió Ingeniería Química. Tocaba el piano y solía actuar en clubes de Brooklyn al frente de un sexteto de rumba. Fue allí donde conoció a Elaine, la que sería su esposa. La vida de Elaine parecía haber corrido en paralelo a la de Arnold: su padre la había abandonado cuando ella tenía 18 años. Aquella niña se había criado sin el cariño de los suyos. Se casaron en 1955 y se trasladaron a Flushing, donde Arnold hacía sustituciones por el día y tocaba en clubes nocturnos para mantener a la familia. En 1960 fue contratado como profesor de ciencias en el Instituto de Bayside. Sus colegas veían en él a un profesor imaginativo, con sentido del humor y que nunca se enfadaba ni alzaba la voz.


La investigación llevaba dos años en curso. Inspectores del Servicio Postal destinados en el Aeropuerto Kennedy habían interceptado un pequeño paquete procedente de Holanda que llevaba la dirección de Arnold Friedman. En su interior había una revista llamada Boy Love, que reproducía fotografías en color de niños desnudos y de hombres practicando sexo con ellos. Un inspector, haciéndose pasar por un pedófilo, contactó por carta con Friedman, preguntándole si tenía material de esa revista para vender. Friedman, inaugurando una serie de contactos epistolares con el inspector, le contestó que no tenía material pero que estaba interesado en el asunto. Más tarde, en otra carta reconoció poseer material y se ofreció a cedérselo en régimen de intercambio. Friedman, a condición de que le fuera devuelto, llegó a remitir por correo a esta persona un libro de pornografía infantil, Joe y su tío, de procedencia danesa, acompañándolo de una nota: disfrútalo.

Arresto de Arnold y Jesse Friedman



El 3 de noviembre de 1987, un inspector de policía haciéndose pasar por cartero se dirigió al domicilio de los Friedman y entregó a Arnold un paquete. El libro estaba de vuelta. Y la trampa tendida. Quince minutos más tarde, oficiales del gobierno y agentes de la policía de Nassau rodeaban la casa con una orden de registro. Encontraron material de pornografía infantil. También se incautaron de una lista con 80 nombres y números de teléfono pertenecientes a los niños que acudían a sus clases. Era el principio del fin para esta familia. La policía entrevistó a docenas de niños entre 8 y 11 años que habían asistido a clases de informática en casa de Arnold Friedman. El resultado de esas entrevistas fue, según la investigación, devastador: los niños, al principio reacios a contar algo tan íntimo, relataron cómo fueron víctimas de abusos sexuales por parte de Arnold Friedman y de su hijo Jesse. Arnold Friedman fue acusado de 108 delitos, y su hijo Jesse de 18 años, de 245.



En 1988 Arnold Friedman fue hallado culpable de 42 delitos sexuales a menores y condenado a una pena de entre 10 y 30 años. Por primera vez en su vida, Arnold y Jesse tenían que separarse. La estancia de Arnold en prisión fue demoledora. nadie le quería, hasta los otros presos lo insultaban. Se vino abajo, no podía soportar pensar que moriría en la cárcel, que su mujer se había divorciado y que su carrera estaba arruinada. Pero sobre todo se sentía culpable de que su hijo Jesse pudiera ser condenado a su costa.

"Estimado Juez Boblon: Jesse merece cumplir los 18 años de condena. Él abusó de mí y de otros. No quiero verle y no quiero que me vea. Mr. X."
Los cargos contra Jesse eran menos consistentes que los que habían condenado a su padre, aunque su situación era muy delicada debido a la presión social y de los medios. Los abogados aconsejaron a Jesse decirle al tribunal que él había sido víctima de los abusos de su padre, era la única forma posible de salvarle. Pero Jesse se negó a declarar en contra de su padre y defendió hasta el final su inocencia sin a penas recursos legales. Finalmente Jesse fue hallado culpable de 25 delitos sexuales a menores y condenado a una pena de entre 6 y 18 años. La comunidad de Great Neck, donde vivían, quedó conmocionada ante el hecho de que habían convivido con dos pedófilos y que muchos de sus hijos habían estado en manos de ellos. Poco después de ingresar en prisión Jesse, Arnold Friedman se quitaba la vida en su propia celda.
El film de Jarecki es de un verismo fuera de lo común. Aquí el género documental cobra toda su fuerza, ya que la cinta cuenta para su desarrollo con un elemento de un valor incalculable: todo el metraje de la grabaciones familiares en super 8, lo que equivale a tener a su disposición prácticamente la historia filmada de los Friedman. Este material, cedido por David una vez se prestó a colaborar en la elaboración del film, resulta muy elocuente a propósito de las características de esta familia: vemos a los Friedman en toda clase de situaciones, buenas y malas; pero llama poderosamente la atención la serie de escenas reales que incluyen peleas desquiciadas, discusiones tensas, disputas acaloradas, alternadas con otras escenas marcadamente surrealistas, que mezclan irónicamente el drama con la comedia, al más puro estilo de Vive como quieras de Frank Capra, dando al espectador una imagen un tanto disparatada del ambiente familiar que se le presenta. Pero lo cierto es que todo ello llega al espectador con una fuerza indescriptible. Unas veces lo emociona, otras le da un puñetazo en el estómago, y las más, le deja la sensación de estar asistiendo en primera persona a la destrucción de una familia. Jarecki conjuga estas imágenes con otros elementos propios de la producción del film no menos interesantes. Así por ejemplo incluye entrevistas a los miembros del nucleo familiar, a familiares de éstos, e incluso juega con los tiempos dando saltos hacia adelante o hacia atrás, para ahondar con más precisión en el drama de la lenta agonía de los Friedman. La película no sólo es el crudo retrato de la descomposición de una familia así como un documento de interés sociológico excepcional. También es una excelente lección de cine. No en vano causó sensación en el Festival de Sundance 2003, donde acaparó el gran premio del jurado, siendo posteriormente candidata al Oscar como mejor película documental en 2004. Su proyección en medio mundo arrojó luz sobre un caso difícil de entender y, seguramente según la tesis de la cinta, poco claro desde el estricto puto de vista judicial. A veces, la justicia (americana) se mueve más por intereses mediáticos y políticos que por el estricto sentido de igualdad, presunción de inocencia y justicia al que se debe. Eso defiende en parte Jarecki con su película.

Arnold Friedman fue enterrado en el cementerio de Long Island y su epitafio rezaba: "querido padre, dedicado profesor, pianista, físico y playero".
Elaine Friedman volvió a casarse y se trasladó a vivir a Berkshires.

El hijo mediano, Seth, que se negó a participar en la película, ya no vive en Nueva York.


Jesse Friedman después de cumplir su condena
Después de pasar 13 años en prisión, Jesse fue puesto en libertad en 2001 y vive actualmente en Nueva York, donde ha regresado a la Universidad para terminar sus estudios de economía. A sus 34 años Jesse, lejos de querer olvidar los hechos que le arruinaron la vida, ha escrito numerosos artículos y fundado una web desde la que pide una revisión de su caso. Entre las cuestiones que Jesse pone en entredicho en un alegato de 1000 páginas sobre la investigación, destacan las siguientes:



-Alega que la mayoría de los estudiantes de informática entrevistados por la policía, no reconocieron ningún abuso hasta que fueron presionados e inducidos, y sus testimonios manipulados por la propia policía.



-Uno de los alumnos que testificaron haber sufrido abusos, había admitido posteriormente no recordar los hechos sino cuando había sido hipnotizado.



-Agentes de policía admitieron haber incentivado a los niños para testificar en contra de los Friedman, incluyendo fiestas infantiles con pizza y hamburguesas.


-Uno de los detectives admitió haber visitado varias veces a un estudiante de 15 años hasta convencerle que testificara en contra de los Friedman, a pesar de que el chico había declarado que no había sufrido abusos.


-Varios alumnos de informática admitieron haber proporcionado declaraciones falsas sólo para que la policía los dejara de acosar.


-Un grupo de detectives, en una conversación grabada, le decía a uno de los chicos que si no declaraba que había recibido abusos por parte de los Friedman, se convertiría en un homosexual.



David Friedman, inductor espontáneo del documental gracias a su valentía o quizás al miedo acumulado, sigue siendo el payaso más famoso de los cumpleaños de Manhattan. La película se cierra cuando David acude a la prisión a recoger a su hermano el día en que dejan libre a Jesse después de cumplir 13 años de carcel. Se nos reserva un final muy emotivo: el rencuentro entre Jesse y su desquiciada madre. Merece la pena dejarse atrapar por esta excelente película.





14 octubre, 2006

Todo es a lo grande en Tejas

Están sentados en el porche, a la entrada de la suntuosa mansión de su rancho en Farmers Branch, Dallas, Tejas. Es domingo. Hace un día de sol típicamente tejano. Hoy pueden desayunar tranquilos sin que a él lo telefoneen para darle la última hora sobre el precio del barril Brent. El hombre, excesivamente trajeado, va calzado con unas relucientes botas vaqueras, con un llamativo broche de oro enlazado a la altura del tobillo. La mujer va vestida con una blusa estampada de fin de verano, falda a juego y zapatos de medio tacón. En la mesa, impecablemente servida, les espera una bandeja con huevos revueltos y bacon, zumo de naranja, café caliente recién hecho y tostadas con mantequilla y mermelada de frambuesa. Delante de la casa hay una plazoleta coronada con una fuente de mármol. Antes de llegar al complejo, un imponente arco metálico con el anagrama familiar grabado en letras rústicas y envuelto en una enredadera, da la bienvenida a las posesiones de los McCulloch, e invita a recorrer, entre amplias zonas ajardinadas, el camino recién asfaltado que conduce a la vivienda.

-Querido, ya he pensado adónde deseo ir en nuestro viaje de invierno.

-Vaya por Dios. ¿No tenías que asistir hoy a la reunión de las Damas de la Caridad en el Instituto Cristiano de Dallas?

-Sí, pero quería hablarte de las vacaciones de invierno. Quiero que vayamos a Turquía.

-¿Turquía? ¿Y qué diablos se nos ha perdido en los confines de la tierra cada vez que a ti se te antoja ser Cristóbal Colón?

-Quiero conocer esa cultura, Jim. Dicen que está a medio camino entre oriente y occidente.

-Lo siento, querida. He oído que no es recomendable viajar a Turquía. El terrorismo es una amenaza constante allí.

-No digas tonterías. Es un país precioso. Nuestra administración tiene intereses militares allí. Además, Rose Mary y Louis estuvieron el año pasado y me han hablado maravillas.

-Oh sí, claro. Esa pareja de presuntuosos. Ellos siempre han querido ir por delante del resto de los tejanos. No tuvieron suficiente con haber convertido su hacienda en un museo donde los turistas beben sin control mientras un conjunto de vaqueros canta y baila destrozando clásicos de nuestra música folk. Ahora quieren descubrir Turquía, como si el condado y el mismísimo estado se les hubieran quedado pequeños. Seguro que no eran conscientes del peligro que corrían.

-¿Por qué eres siempre tan negativo, Jim? Ellos sólo intentan ser cosmopolitas. Es algo innato a los tejanos. Fuimos fundados por exploradores o es que no lo sabes. Nos gusta explorar mundo.

-Pues yo no quiero explorar mundo. Lo mío es explorar pozos de crudo en Tejas, ya lo sabes.

-Oh, vamos querido, sabes que lo pasaremos bien. Es bueno dejar Tejas a un lado por unos días.

-¿Por qué iba a serlo? Tejas es nuestro mundo, Laramy. Estas tierras nos han dado todo lo que tenemos. Pásame la mantequilla, ¿quieres?

-El viaje del año pasado también lo elegí yo y fue un éxito.

-Oh, sí. Memorable. Me encantó pasar una semana en pleno diciembre entre pescadores de bacalao en Escandinavia. Regresé con un catarro que aún me dura. 


-Qué exagerado eres. Lo pasamos bien en aquella aldea marinera en Noruega. La cabaña de madera al borde del océano atlántico era idílica. Nunca olvidaré aquel lugar. ¿No le pones mermelada a la tostada?

-Pues yo prefiero olvidarlo. Lo único que recuerdo es que todos los tipos que me tropecé se llamaban Olav o Sven o algo parecido.

-Fue una forma íntima de disfrutar del descanso.

-Y tan íntima: éramos nosotros y los pescadores. Nadie más.

-Pero descubrimos una cultura distinta a la nuestra, cielo.

-¿Distinta? Esa gente parecía vivir en el siglo... bueno el que sea. Cuando llegamos allí y vi el panorama lo único que deseaba era encontrar un sitio, aunque fuera una cueva, para ponerme a beber lo antes posible.

-Y bien que lo encontraste. ¿Recuerdas aquella taberna vikinga a la que fuimos la primera noche?

-Cómo no. Había más pescadores que en el concurso estatal de pesca del róbalo en el lago Caddo, válgame Dios. Apestaba a bacalao pero parecía no importarles, bebían como cosacos para ahogar sus penas. Así que no tuve más remedio que unirme a ellos: quería olvidar haber ido a parar a aquel maldito pueblo fantasma.

-Vamos Jim, no seas tan gruñón. Yo me lo pasé bien. Y tú también. ¿O no recuerdas los paseos por la orilla del mar a media tarde?

-Claro, de lo más idílico. Ellos tampoco lo olvidarán fácilmente. Vi como nos observaban desde las ventanas de sus casas. Debió de ser todo un espectáculo ver a dos marcianos vestidos como esquimales paseando por el puerto, calados hasta las cejas por aquella lluvia que no cesaba nunca.

-Fueron muy respetuosos y educados. Saludaban en su idioma cada vez que nos cruzábamos con alguien.

-Pues a mí su forma de hablar me pareció tribal. Daba miedo, sí señor. Podía imaginarlos en sus ratos libres, reunidos alrededor de una hoguera con sus cascos con esos cuernos, portando espadas de hoja ancha y afilada, presentándole sus respetos a Erik el Rojo.

-¡Qué horror! Pues yo aprendí enseguida a decir "Hallo, God Morgen", y parecía sentarles bien. Como siempre, tenía que obligarte a abrir la boca para no quedar mal cuando nos saludaban...

-¿Y qué demonios querías? No podía fiarme de ellos. ¿Pensaste alguna vez sobre qué trataban sus conversaciones privadas en la lonja mientras destripaban la pesca? Pues yo sí: "¿Qué, te has cruzado hoy con los marcianos?”, “¿Qué diablos se les habrá perdido en nuestro poblado?”, “Si el carnaval Vikingo no es hasta marzo."

-Pues bien que te liaste a hablar con aquella mujer, ¿recuerdas?, aquella rubia de largas trenzas que nos sirvió la comida el día que estábamos solos en la taberna.

-Sí, claro, se llamaba Katrine. Y hablé con ella por una sola razón.

-¿Cuál?

-¿Cuál va a ser? Pues que hablaba nuestro idioma. Resultó ser anglófila.

-Vaya, pues a mí no me habló en nuestra lengua en ningún momento. Mejor dicho, ni siquiera me habló.

-Porque te pasaste toda la maldita comida en el servicio o hablando con tu hermana por teléfono.

-Era gracioso. El único teléfono público del pueblo imitaba un enorme cuerno vikingo. ¿Por qué lo pondrían fuera de la taberna y no dentro?

-Porque son Vikingos, por qué va a ser. ¿Qué esperabas encontrar allí, una factoría de General Motors? Querida, esa gente no era como nosotros. Tenían unas costumbres muy rudimentarias. Nunca han visto un partido de los Dallas Cowboys, ni sabrán lo deliciosa que está una hamburguesa doble con chile. Válgame dios.

-Así que hablaste con ella en mi ausencia?

-No tuve más remedio.

-¿Y qué te dijo? Parecía tan seria la tal Katrine.

-Lo era. Fue como hablar con una barra de hielo de aquellas que nos traían a casa en los setenta desde la fábrica de los Mansfield.

-¿Me vas a decir qué te dijo?

-Tuve que emplearme a fondo para sacarle unas declaraciones. Me contó que era la única mujer soltera en aquel lugar. Ella procedía de otra aldea, no me preguntes el nombre porque no acerté a entenderlo. Había recalado allí huyendo de un pasado que la perseguía.

-¿Y a ti que diablos te importaba eso?

-Bueno, dijo que se encontraba sola. Que allí lo único que hacía era atender el bar la mayor parte del día.

-Cielo santo, Jim. ¿Y qué esperaba, que la consolaras?

-No lo sé. ¿Crees que no era una situación embarazosa para mí?

-Maldita sea, ¿te dejo un minuto para telefonear a Tejas y tu te lías con la primera fulana que se te cruza?

-No precisamente. Sólo trataba de ser amable con una dama. ¿Y qué quería tu hermana además de cuchichear?

-¿Una dama? ¡Ja! ¡Menuda pelandusca! Creo que me debes una explicación. Y la quiero ahora mismo. Mi hermana sólo quería saber cómo lo estábamos pasando.

-Es posible que te la deba, querida. Más bien sí.

-¿Y por qué no habías mencionado el asunto hasta hoy?

-No creí que te gustara lo que te iba a contar. Seguro que tu hermana disfrutaría si lo pasáramos mal.

-¿Así que te liaste con ella? ¿Es eso lo que hiciste señor McCulloch?

-¿Cómo diablos iba a liarme? Además, aunque hubiera querido, ¿dónde nos habríamos liado, sobre el piso mojado de la lonja de pescado, entre cajas de hielo y restos de escamas? Por todos los santos, si no me separé de ti en todo el tiempo que duró la maldita pesadilla escandinava.

-¿Qué es lo que no me iba a gustar, Jim? Me estás asustando.

-Oh nada.

-Dímelo ahora mismo, me está sentando mal el desayuno...

-Está bien, querida. Hay algo de esta historia que no te he contado.

-¿Y quieres contármelo?

-Si tú quieres, sí.

-Menuda mañana de domingo. Si va a causarme daño... tenemos un matrimonio, dos hijos y una reputación en Tejas.

-Verás. Ella me dijo que tenía algo que confesarme, algo que no le había dicho a nadie en aquel lugar. Y no me preguntes por qué -probablemente fue el efecto del alcohol- pero estuve de acuerdo en escucharla y... nos citamos al día siguiente.

-¿Te citaste con esa mujer a mis espaldas?

-¿Recuerdas que a la mañana siguiente cuando despertaste yo no estaba, y que cuando regresé te dije que había ido a dar un paseo?

-Sí. Oh, por Dios Jim...

-Ella me había citado en su casa, casi en la cima de la colina.

-Tal vez no deberías seguir con esta absurda historia. Me estoy poniendo mala.

-No había ascendido una cima tan pronunciada desde mis tiempos del club de exploradores, cuando realizamos aquella excursión al Pico de Guadalupe. El caso es que ya casi me faltaba el aliento, y ¡zas!. Allí estaba ella, sentada en un escalón de madera a la puerta de la casa. Una pequeña cabaña pintada de colores.

-¿Te sedujo? Dímelo de una maldita vez, James William Anthony McCulloch. No soporto esta angustia por más tiempo...

-No, no me sedujo. Fui tan casto con aquella joven como lo he sido contigo la última década. ¿Es eso lo que querías oír?

-Vaya. No era necesario que mencionaras eso. Al menos no para justificarte. Además, el sagrado matrimonio es mucho más que eso en lo que estás pensando.

-Sí, tal vez lo sea. Pero soy tejano. Y un tejano siempre debe mantener su reputación bien alta.

-Claro, querido. Había olvidado que estoy casada con David Crockett...

-Bueno… continuando con la historia,
aquella mujer albergaba un secreto y no sé por qué había decido confiármelo a mí. Aunque lo cierto es que su mirada fría y a veces extraña me imponía. Yo no sabía que decir. Prácticamente me limité a escucharla.

-¿Y piensas que me voy a creer que no se te insinuó? ¿O acaso no se dio cuenta de que eras todo un tejano?

-No se me insinuó, no lo hizo... Dijo que tuvo que irse del poblado donde vivía. La habían descubierto, así que huyó hasta ir a parar allí.

-¿Y qué habían descubierto? ¿Que era una cualquiera y una destroza matrimonios?

-No era eso. Habían descubierto que era especial.

-¿A qué te refieres con especial? Si era tan especial no la habrían echado de allí...

-Dijo que la habían declarado "bruja" y que a las brujas se las la expulsaba sin contemplaciones.

-¿Bruja? ¿Qué quieres decir?

-Pues bruja. Qué va a ser. Hechicera, mujer con poderes... ya sabes.

-No mucho, la verdad. Procuro no mezclarme con toda clase de gente.

-Había seducido a todos los hombres de aquella aldea, estuvieran casados o no.

-¡Cielo santo! Y eso, ¿por qué?

-Dijo ser la reencarnación de Freya, quien comandaba a las Valquirias. Una especie de vírgenes convertidas en diosas del amor vikingo.

-¿Una diosa del amor que es virgen? ¿Qué tontería es esa, Jim? ¿No sería más bien una loca?

-Verás, su abuela había sido la Valquiria Hlök. Su madre había sido la Valquiria Thruda.. Y ella, aun llamándose Katrine, tenía por nombre de guerra Freya...

-¡Menuda Valquiria! ¿Te sedujo, maldita sea?

-Ya te he dicho que no. Dijo que los forasteros no formaban parte del hechizo.

-¿Y los del poblado?

-Me confesó que ya los había seducido a todos. Aunque ella a eso lo llamaba "sanarlos". Sanarlos de los males sufridos en la batalla, se entiende.

-¡Madre mía! Y decía que se le iba la vida tranquila en la taberna sirviendo comida y bebida. Me los imagino en alta mar, pescando y contando los días que faltaban para regresar y subir a la cima.

-No todos iban a pescar, si bien eso es lo que decían a sus mujeres.

-Sí claro, unos navegando en alta mar y otros escalando a la montaña. ¡Menuda aldea de deportistas!... ¡Hombres! Todos sois iguales... ¿Y cuál era el temor de la pobrecita Valquiria?

-Que se enterasen las mujeres de la aldea y que le ocurriera algo malo a causa de ello. Algunos se habían ido de la lengua, traicionando la debida discreción.

-¿Y tú que le dijiste? Estarías estupefacto, digo yo, si es que no entraste en su juego...

-Hice algo por ella.

-¿Qué? ¿Qué cosa Jim?, ¿qué diablos hiciste por esa mujer?

-Le extendí un talón por un valor suficiente como para que se fuera de allí y cambiara de vida. Eso es todo lo que hice. Bueno, también le sugerí que los Estados Unidos era un buen lugar en el que refugiarse, el país de las oportunidades.

-No se te ocurriría mencionar Tejas, con esa frase que siempre tienes que soltar cuando alardeas...

-Sí, lo hice. Qué querías que hiciera. Le dije que "todo es a lo grande en Tejas". Después de todo es un sentimiento que me gusta expresar con orgullo.

-¿Y ella qué dijo?

-Me pidió nuestra dirección. Le gustaba la idea de cruzar el atlántico. Además, conocía el idioma.

-¿Y tú se la diste?

-Sí. Se la di.

-¡Por todos los santos!, ¿por qué hiciste eso, Jim? ¿Es que quieres que venga y acabe con todos lo matrimonios del Estado de Tejas?

-Cálmate cariño. No soy tan estúpido. El estado de Tejas se extiende a lo largo y ancho de 700.000 kilómetros cuadrados. Así que pensé que no hacía ningún mal si le daba mi antigua dirección de soltero de cuando vivía en Addison.

-¡Maldita sea, Jim! ¡Tejas!, ¡Tejas! ¡Es lo único que hay en tu cabeza aparte de paja! ¿Por qué tuviste que mencionar Tejas? ¡No se te pudo ocurrir darle unas señas de otro Estado para alejarla de nosotros!

-Querida: durante la conversación dijo cosas de nosotros que sólo alguien de nuestra familia conocería. Esa mujer poseía algún poder sobrenatural. Si le hubiera mentido, lo habría averiguado.

-¡Válgame Dios, Jim! ¡Planeo un viaje de descanso y tú lo conviertes en una pesadilla para nuestra familia! ¿Qué clase de hombre eres? ¿Cómo has podido meternos en un lío como este?

-Hay algo más, Laramy.

-¿Qué hay algo más? Creo que suspenderé la reunión de esta mañana. No podría presentarme allí con este disgusto. Llamaré a Mary Jane. En su lugar, tú y yo iremos a la Iglesia para contarle todo esto al reverendo Dixon...

-No sé como decirte esto, Laramy. Pero hace un mes recibí en la Corporación una carta de ella.

-¿Qué dices? ¿Te escribió a la Corporación? ¿Cómo averiguó las señas? ¿También se las habías dado?

-No. No se las había dado. En la carta decía que al fin estaba en los Estados Unidos... y no precisamente en Addison, ni por desgracia en Nueva York, ni siquiera en Las Vegas, querida.

-¿Y entonces dónde demonios estaba esa mujer, Jim?

-Oh, siento tener que decírtelo pero... el matasellos era de... de este Condado. Era el maldito matasellos de la oficina postal más próxima a nuestro rancho.

-¡Dios mío! Creo que me voy a desmayar...

-Oh, abrázame Laramy. ¡Que el señor nos asista!
©Ignatiusmismo 2006.

10 octubre, 2006

Que tengamos suerte


"Que tinguem sort" Letra y música de Lluìs Llach
cantada por Pedro Guerra y Lluìs Llach
Si em dius adeu Si me dices adiós; vull que el dia sigui net i clar quiero que el día sea limpio y claro; que cap ocell que ningún pájaro; trenqui l'harmonia del seu cant rompa la armonía de su canto; Que tinguis sort Que tengas suerte; i que trobis el que t'ha mancat y que encuentres lo que te ha faltado; en mí en mí; Si em dius "et vull" Si me dices "te quiero"; que el sol faci el dia molt més llarg que el sol haga el día mucho más largo; i així, robar y así robar; temps al temps d'un rellotge aturat tiempo al tiempo de un reloj parado; Que tinguem sort, Que tengamos suerte; que trobem tot el que ens va mancar que encontremos todo lo que nos faltó; ahir ayer. I així pren tot el fruit que et pugui donar Y así toma todo el fruto que te pueda dar; el camí que, a poc a poc, escrius per a demà. el camino que, poco a poco, escribes para mañana; Què demà mancarà el fruit de cada pas; Que mañana faltará el fruto de cada paso; per això, malgrat la boira, cal caminar por eso, a pesar de la niebla, debes caminar; Si véns amb mi Si vienes conmigo; no demanis un camí planer no pidas un camino llano; ni estels d'argent ni estrellas de plata; ni un demà ple de promeses, sols ni un mañana lleno de promesas, sólo; un poc de sort un poco de suerte; i que la vida ens doni un camí y que la vida nos dé un camino; ben llarg bien largo.

05 octubre, 2006

Nuestra última discusión

¿Recuerdas nuestra última discusión? ¿Aquella en que nos tiramos los trastos a la cabeza y descubrimos que no nos entendíamos? Sí, esa. Sé que dije cosas que no debía. Y que te arrinconé con aquellos argumentos que más podían dolerte. Fui un estupido y lo siento. Quería acercarte a mí y sólo conseguí que te fueras. No recuerdo cómo empezó todo. Hablábamos tranquilamente intentando entendernos y de repente todo se torció. Tú te defendías con esa fuerza que te sale cuando te sientes herida, y tal era la vehemencia de tu discurso que parecía que el mismísimo mundo estuviera en contra tuya. Me vi obligado a enviarte una palabra envenenada para poder volver a escena y pasaron varios reproches tuyos antes de que me dejases entrar. Unas veces me devolvías de revés el mismo dardo afilado que yo te había enviado; o bien ponías al descubierto mis debilidades básicas, esas que descubriste al poco de conocernos. El toma y daca duró una hora y media larga. Tiempo suficiente para que nos hiciéramos daño. Es curioso cómo en todos nuestros enfrentamientos hay unas fases bien definidas. Al ataque en tromba del uno le sigue la defensa encendida del otro, y luego cambian las tornas. Hubo silencios, que nos sirvieron para ordenar las pocas ideas frescas que nos quedaban a ambos o, según se mire, para rebuscar argumentos hirientes que lanzar en forma de carga de profundidad. Pero siempre me llama la atención ese momento perdido hacia la mitad de la contienda, en que una concatenación de frases afortunadas por ambas partes parece conducir casi a una reconciliación, que es intangible, que tal vez sólo uno de los dos percibe, y que se hace pedazos al poco tiempo por un dime mal formulado o un direte peor entendido. Y vuelta a empezar. Se agotaban ya las fuerzas, la saliva escaseaba y la voz se resentía, por no hablar de la agilidad mental para generar una defensa sin que ésta mostrase signos evidentes de flaqueza. Aún así seguimos dándole. Hasta que llegó mi momento crítico, ese en que quizás como consecuencia de una serie de asaltos consecutivos perdidos, creí que iba a perderlo todo. Y me entró ese miedo irracional que me deja helado y me sitúa en tierra de nadie, como si me hubieran arrebatado todo en un instante. Entonces sentí miedo a perderte y bajé la defensa queriéndote dar certeza de tu victoria, esperando también de tu generosidad, que no me concediste. Al contrario, pisaste el acelerador a fondo para vapulearme, consiguiendo alimentar mi ira y devolviéndome fuerzas para volver a hostigarte. Me prendiste la mecha y salí disparado, esta vez como un volador de feria defectuoso que hace zig zag sin una trayectoria definida. Creo que ni siquiera te hice daño o era que ya estabas inmunizada contra mis débiles estrategias. A esas alturas, el incidente languidecía sin remedio: eramos dos boxeadores sonados que se tambaleaban cada uno en su esquina del cuadrilátero. El cansancio y la falta de entendimiento se unieron para restar calidad a los argumentos, que ya no eran otra cosa que un puñado de lanzas y unos escasos escudos, completamente dispersos en el campo de batalla. Nuevo silencio. Éste más reflexivo, que sirvió para pensar si a lo mejor el otro llevaba razón en algo, o si uno se había extralimitado y si merecía la pena tanta bulla por algo que no sabíamos bien como había llegado hasta aquí. Atrás quedaba la bravuconería para dar paso a un mar de dudas. Recuerdo que me avergoncé en el mismo instante en que pasó por mi cabeza la película de mis barbaridades. No sé tú. Se te veía muy digna con la escopeta presumiblemente cargada. Ya nos nos mirábamos. Sólo esperábamos una señal de la otra parte -la que sea- que nunca llegó. Dejamos de hablar. Nos separamos. Cerramos puertas y rampas y reemprendimos el vuelo por separado. Sigo preguntándome hoy qué es lo que ocurrió. Aparentemente no fue nada. O fue todo.

03 octubre, 2006

En busca de Louis Kahn

Louis Kahn y Nathaniel Kahn en 1970

"El proyecto es un acto circunstancial (que depende de distintas posibilidades), la forma no puede estar supeditada a condiciones circunstanciales. En arquitectura la forma caracteriza una armonía de espacios apropiados para determinadas actividades humanas." -Louis Kahn


El maestro cuyas sólidas ideas influenciaron a toda una generación de arquitectos, fue hallado muerto a los 73 años el 26 de marzo de 1974 de un ataque cardíaco en los aseos de la estación Pennsylvania de Nueva York, cuando regresaba de un viaje de trabajo en India. En su pasaporte la dirección de su residencia estaba borrada y su cuerpo fue enviado a la morgue, donde transcurrieron tres días antes de que alguien se presentara a reclamarlo. Qué muerte más injusta y terrible para un artista de su talla, qué triste última página en la biografía de un gigante que marcó la historia de la arquitectura en la segunda mitad del siglo XX. Kahn era un tipo especial que había decidido vivir su vida de una manera especial. Queda su legado arquitectónico: un conjunto limitado de obras llenas de enseñanza.









The Salk Institute for Biological Studies La Jolla, California

Había nacido en Estonia en 1901 y ese mismo año sus padres habían emigrado a los Estados Unidos, instalándose en Filadelfia y adquiriendo la nacionalidad americana en 1914. Educado en una rigurosa tradición Beaux-Arts, Kahn estudió arquitectura en la Universidad de Pennsylvania y viajó por Europa hasta adquirir un estilo propio, reinterpretando el Estilo Internacional, destacando un enorme interés por la luz y los materiales y, sobre todo su capacidad para involucrarse en los proyectos como si en cada uno de ellos le fuera la vida.

Biblioteca de la Academia Phillips Exeter, New Hampshire
La obra de Louis Kahn no es precisamente extensa, sin embargo cada proyecto suyo ha ejercido una enorme influencia sobre arquitectos de todo el mundo. En palabras del arquitecto I. M. Pei: "Tres obras maestras significan mucho más que haber proyectado 50 o 60 edificios". Ese era Louis Kahn, un artista universal en busca de la excelencia, lo demás no le interesaba. A destacar: Instituto Salt (La Jolla, California 1959-65); Laboratorios Richards de Investigación Médica (Filadelfia, 1959-65); Asamblea Nacional de Dhaka (Bangladesh, 1962-74); Museo de Arte Kimbell (Texas, 1967-72); Centro de Arte Británico de Yale (Connecticut, 1969-74); Indian Institute of Management (Ahmedabad, India 1974).

Asamblea Nacional de Dhaka, Bangladesh
Su vida privada encierra tantos misterios como la genialidad de su obra. En su obituario dijeron que le sobrevivían su mujer Esther y su hija Sue-Ann. Sin embargo Kahn mantuvo durante su vida tres familias con tres mujeres diferentes. Así que había otras dos mujeres, y dos niños más, una niña, y Nathaniel, hijo de la arquitecto Harriet Patterson. Nathaniel tenía once años cuando su padre murió, así que sus recuerdos del maestro de la arquitectura se reducen a las visitas semanales que Kahn le hacía y cuando se lo llevaba de excursión en ocasiones. A finales de los noventa, Nathaniel decidió explorar la vida y obra de su padre, una suerte de viaje al corazón del hombre que le había dado la vida y del que desconocía casi todo. De su empeño personal de casi cinco años surge My Architect: a son's journey, una película documental hermosa y conmovedora, que nos acerca a Louis Kahn, el hombre y el mito, una producción brillante por la que Nathaniel Kahn fue nominado al Oscar en 2003. Vean este fragmento del film (el comienzo), en el que Phillip Johnson compara la grandeza de Kahn con la de Le Corbusier, Van der Rohe y LLoyd Wright, y juzguen ustedes mismos.